Acabo de regresar de un taller para el fortalecimiento y consolidación de cuerpos académicos de la Universidad de Guerrero. En síntesis, el autoritarismo y la estructura piramidal de la educación trata a los estudiantes, docentes e investigadores con la misma vara de medir: desde los escritorios deciden qué debemos investigar, con quién debemos trabajar y colaborar, cómo, cuándo, para qué, en dónde, cuánto, etc. Prácticamente se prohibe realizar investigaciones individuales pues no serán reconocidas. Se imponen condiciones, trámites burocráticos, reparten escrupulosamente nuestro tiempo laboral como si fuésemos autómatas, como si no tuviésemos emociones y sentimientos, como si no tuviéramos una vida propia.
Los investigadores debemos agruparnos en cuerpos académicos y trabajar en equipo, decidir una sola línea de investigación y orientar nuestro quehacer mediante la búsqueda de puntajes para elevar nuestros indicadores numéricos que nos darán acceso a reconocimientos y apoyos para continuar con este círculo vicioso. En lugar de reconocer nuestras necesidades como investigadores para apoyar o incidir en la mejora de nuestro trabajo, nos convertimos en objetos de estudio de las autoridades que decidirán sobre nosotros como si fuéramos marionetas.
Así como el discurso de la estudiante victoriana en el Reino Unido al afirmar en su ceremonia de graduación que el objetivo principal de los estudiantes debería ser salir cuanto antes del colegio porque la inoperancia y desencuentro del mismo con la realidad lo convierte en un obstáculo más que en un motivador para aprender, me veo motivado yo también para retirarme de la Universidad ya que es un obstáculo para desarrollar estudios e investigación sobre innovación en la educación y el futuro de las sociedades que tanto me apasionan y me llenan de ilusión y fe en la vida.
La enfermedad de la educación
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